Un mar de cariño y emoción que ocupa a los padres ansiosos en la dulce espera hasta ver al bebé en sus brazos no es nada nuevo. Kristal Amezquita y su pareja Diego no son muy diferentes.
Tenían solo 3 meses de relación cuando descubrieron que ella estaba embarazada, pero a pesar de sus sueños y planes para su nuevo bebé (al que llaman Ian Max). Kristal tenía 23 años cuando su sueño de convertirse en madre estaba a punto de hacerse realidad.
Todo salió bien, con sus amigos y familiares al tanto de cada etapa del embarazo, publicó la pareja en sus redes sociales. Pero al quinto mes, comenzó a experimentar un «dolor» inusual que lo preocupaba mucho. “Todavía recuerdo al bebé balanceándose y girando”, señala Krystal.
Aunque el instinto de su madre le dijo que algo andaba mal, los médicos le dijeron que volviera al día siguiente para hacerse una ecografía de 21 semanas, después de lo cual seguramente se descartaría cualquier peligro. Ojalá hiciera las cosas de otra manera. Desearía haber escuchado mi instinto y haberme dicho que algo andaba mal», se culpó a sí mismo.
Fue al hospital con su esposo la tarde siguiente y se sorprendió por lo que le dijeron: estaba de parto y estaba perdiendo el líquido amniótico que el bebé necesitaba para sobrevivir.
“Dijo que mi cuello uterino se abrió y la placenta entró en contacto con el canal vaginal, provocando una infección. Estaba a punto de luchar contra una infección y por el momento solo tenía dos opciones. El primero era acelerar el parto con medicamentos y el segunda era permitir que el cuerpo siguiera su curso; Kristal eligió el segundo. Me rompió el corazón, me dolía el corazón, mi mundo estaba destrozado. ¿Cómo pasé de estar tan feliz de tener 21 semanas y ver crecer a mi bebé en mi útero a saber que no saldría del hospital con él?”
Pero en medio del proceso, cuando le colocaron el catéter y pidió que se lo quitaran, porque estaba tan incómoda y con tanto dolor, rompió fuente y supo que estaba entregando a su bebé.